enero 17, 2008

Primavera silenciosa

Transcribo la crónica y interesantes reflexiones que hace José Manuel Sánchez Ron sobre el libro de Rachel Carson, que con este mismo título fuera publicado en 1962.

Cabe hacerse la pregunta de ¿y cuándo se convirtió el medio ambiente en un problema de tal magnitud como para que llegara a hacer concientes de su importancia a amplias capas de la sociedad?

La industria química estadounidense intentó detener la publicación de este libro presionando a la editorial y la verdad es que no sorprende, porque tiene algunos párrafos demoledores. Los que intentaron impedir su publicación cuestionaron los datos que allí se revelaban y pusieron en duda hasta las credenciales científicas de la autora. Por suerte, no pudieron detener la publicación y el libro alcanzó una popularidad tal que obligó a que los EEUU formasen un Comité Asesor del Presidente para el empleo de pesticidas. Fue el pistoletazo de salida de lo que hoy conocemos como movimiento ecologista.
Su autora, Rachel Carson, hace una de las denuncias más poderosas de los efectos nocivos sobre la Naturaleza que tiene la utilización masiva de diferentes productos químicos como los pesticidas y especialmente el DDT. Decía que dichos insecticidas no sólo mataban los insectos malos, sino que tenían una repercusión fortísima en todas las cadenas implicadas. Es más, llama “biocidas” a los “insecticidas”.

Además, no entendía por qué era necesario utilizar estos productos con el riesgo que conllevaban. Mientras que el fin era mantener la producción agrícola, en realidad, uno de los problemas de la época era, precisamente, la superproducción. En 1962 se tuvo que pagar más de mil millones de dólares por costos del almacenaje del sobrante de alimentos.
El libro es realmente alarmante y deja un sabor de boca amargo, encendiendo la señal de alarma a cualquier amante de la Naturaleza: Por primera vez en la historia del mundo todo ser humano está ahora sujeto al contacto con peligrosos productos químicos, desde su nacimiento hasta su muerte. (…) Se han hallado residuos de esos productos en la mayoría de los sistemas fluviales importantes e incluso en corrientes subterráneas que fluyen desconocidas a lo largo de la tierra (…) en el cuerpo de pescados, pájaros, reptiles y animales salvajes y domésticos, hasta el punto de que los hombres de ciencia que efectúan experimentos animales han encontrado casi imposible localizar a seres vivos libres de tal contaminación. Han sido hallados en peces de lagos situados en montañas remotas, en lombrices de tierra recogidas en sembrados, en huevos de pájaro … y en el propio hombre. Porque tales productos químicos están ahora almacenados en el cuerpo de la mayoría de los humanos, sin discriminación de edades. Se encuentran en la leche de las madres y probablemente en los tejidos de los niños por nacer.

Habla también de un producto llamado "escradán" que se llegó a detectar en el néctar y eso que se había pulverizado antes que brotarn las flores. Explica que el arsénico se infiltraba en el mantillo y tanto es así que en el tabaco producido en Norteamérica se incrementó el arsénico en un 300% entre los años 1932 y 1952. Posteriormente se había detectado hasta un crecimiento del 600%.

Los vendedores de estos productos afirmaban que era más barato pulverizar, que segar las malas hierbas. Aparecían libros con costos contra beneficios, pero claro, en los costos se olvidaban de algunos detalles como advertir a los granjeros de que manejaban sustancias peligrosas. Uno que lo utilizaba regularmente en su huerto acababa con su ropa y piel empapadas. Un día cayó desmayado y en el hospital detectaron altas concentraciones de DDT en su cuerpo. Un grupo de científicos analizó comidas en diferentes restaurantes y establecimientos. Todas las comidas presentaban DDT. Los esquimales que pasaban por los hospitales también se llevaban sus dosis de DDT en las comidas de los mismos. Hasta los médicos que tenían que tratar con los trabajadores de las fábricas de los insecticidas debían ponerse guantes. Explica casos de algunos enfermos por, simplemente, haber manipulado bolsas de los mismos.

Pero lo peor de todo eran las rociadas indiscriminadas. A ello hay que añadir que se pagaba a los aviones por cantidad de plaguicida rociado, con lo que rociaban más dosis de la prevista. En cierta ocasión, en una de ellas con DDT, una granjera pidió que no lo hicieran sobre su granja. Pero no fue así. 48 horas después se detectó DDT en la leche de sus vacas y dicha leche llegó así al mercado.

En poblaciones turísticas, los bordes de los caminos se desfiguraban. Donde en otro tiempo abundaba el tomillo y las flores silvestres se había convertido en un revoltijo grisáceo y de aspecto moribundo. Esto repercutía en la pérdida de interés turístico y no estaba cuantificado en los costos que hacíamos referencia anteriormente.

La desaparición de los pájaros tiene que ver mucho con el título “Primavera silenciosa”. Una mujer de Alabama escribió: Nuestra región ha sido un verdadero santuario para los pájaros durante medio siglo. El pasado julio todos nosotros observamos: “Hay más pájaros que nunca”. Después, de pronto, en la segunda semana de agosto, desparecieron todos. Yo estaba acostumbrada a levantarme temprano para cuidar a mi yegua favorita que había tenido siendo un potrillo. No se oía el más leve sonido de cantos de pájaros. Yo estaba sobrecogida, aterrada. ¿Qué es lo que está haciendo el hombre de nuestro perfecto y bello mundo? Por fin, cinco meses después, aparecieron un arrendajo y un reyezuelo.

En una población en la que se pulverizaron las tierras con DDT para acabar con una invasión de escarabajos se inició un proceso de fatales consecuencias. Los escarabajos medio muertos atrajeron a los pájaros insectívoros, la lluvia arrastró los componentes químicos que afectaron a las lombrices y contaminaron los charcos donde bebían diferentes aves. Ardillas, ratas almizcleras, conejos o zorras tigrillo fueron los siguientes en morir. Los pájaros que sobrevivieron quedaron estériles, ya que el DDT impide que la cáscara de los huevos se endurezca, con lo que se rompían antes de su ciclo natural. Los gatos desaparecieron. A medida que el DDT iba escalando niveles tróficos, aumentaba su concentración en tejidos animales.
Por si fuera poco los insectos que pretendía eliminarse en las rociadas se recuperaban rápidamente, mientras que el resto de los animales no. Teníamos, por tanto, otra vez insectos habiendo desaparecido sus enemigos naturales. ¿Solución? Rociar de nuevo.
Inglaterra tampoco se libraba. Cuando las rociadas masivas de DDT se hicieron allí hubo diluvios de informes alarmantes. Se quisiese o no, las semillas también habían sido pulverizadas y los pájaros se comían las semillas. La cosa se puso tan mal que la Cámara de los Comunes tuvo que efectuar una investigación interrogando a los granjeros. Las declaraciones eran sobrecogedoras:
Los palomos caen repentinamente del cielo, muertos (…) pueden ustedes recorrer cien o doscientas millas fuera de Londres sin ver un solo cernícalo (…) ha sido el mayor exterminio de la vida silvestre y de la caza que haya ocurrido en la región.
A todos los pájaros que habían muerto se les encontró restos de estos productos salvo a uno que era precisamente una agachadiza que no come semillas. Y con pájaros muertos así por esta causa, los plaguicidas pasaron a los zorros. En cinco meses murieron no menos de 1.300 por causa directa de dichos plaguicidas.
Los peces no se libraban ya que las rociadas también afectaban a las aguas. Ríos que en otra época habían estado llenos de salmones y truchas cambiaron radicalmente. Aparte de retirar toneladas de peces muertos, de los huevos de salmón de la siguiente generación, sólo pudo sobrevivir uno de cada seis.
El libro hace alguna reflexión como ¿Quién ha decidido - o quién tiene derecho a decidir - en nombre de legiones sin recuento de personas que no han sido consultadas, que el supremo valor corresponde a un mundo sin insectos, aunque tenga que ser un mundo estéril, privado de la gracia de unas alas en vuelo? Para Rachel Carson, es la decisión de un autoritarismo revestido de poder y una decisión tomada en un momento de distracción de millones de individuos que aman la Naturaleza por encima de todo.

Una de las críticas que recibió el libro fue: “Silencio, señora Carson”. Y silencio es el arma que usaron y todavía usan los fabricantes de insecticidas al atenerse a las leyes sobre secretos comerciales para que el público no pueda acceder a la composición de sus productos. Silencio es también la opción que escogen los gobiernos al autorizar las engañosas campañas publicitarias de las grandes industrias químicas y permitir que el volumen de plaguicidas a nivel mundial continúe aumentando. Silencio es el instrumento para enviar aún partidas de DDT a zonas remotas de países en vías de desarrollo.

El libro es muy recomendable para quienes quieran conocer detalles sobre los daños del uso masivo del DDT y otras sustancias de la época y de cómo se utilizaron. Aunque tenga unas 220 páginas, también tiene la letra muy pequeña y al final, si no se es muy especialista o apasionado del tema, puede hacerse algo largo.

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