enero 05, 2008

Lágrimas...

Comparto con ustedes este poema y anexos sobre Manuel Acuña:

Aún era yo muy niño, cuando un día,
cogiendo mi cabeza entre sus manos y llorando a la vez que me veía"¡Adiós! ¡Adiós! me dijo:
"desde este instante un horizonte nuevo se presenta a tus ojos;
vas a buscar la fuente donde apagar la sed que te devora;
marcha... y cuando mañana
al mal que aún no conoces ofrezca de tu llanto las primicias, ten valor y esperanza, anima el paso tardo, y mientras llega de tu vuelta la hora, ama un poco a tu padre que te adora, y ten valor y ... marcha... yo te aguardo"
Así me dijo, y confundiendo en uno su sollozo y el mío, me dio un beso en la frente...sus brazos me estrecharon...
y después a los pálidos reflejos del sol que en el crepúsculo se hundía sólo vi, una ciudad que se perdía con mi cuna y mis padres a lo lejos.
El viento de la noche saturado de arrullos y de esencias, soplaba en mi redor, tranquilo y dulce como aliento de niño; tal vez llevando en sus ligeras alas con la tibia embriaguez de sus aromas, el acento fugaz y enamorado del silencioso beso de mi madre sobre del blanco lecho abandonado...
Las campanas distantes repetían el toque de oraciones... una estrella apareció en el seno de una nube; tras de mi oscura huella la inmensidad se alzaba...
yo entonces me detuve y haciendo estremecer el infinito de mi dolor supremo con el grito; "¡Adiós, mi santo hogar!", clamé llorando:
"¡Adiós, hogar bendito!, en cuyo seno viven los recuerdos más queridos de mi alma...pedazo de ese azul en donde anidan mis ilusiones cándidas de niño...
¡Quién sabe si mis ojos no volverán a verte!...¡Quién sabe si hoy te envío el adiós de la muerte!...
Mas si el destino rudo ha de darme el morir bajo tu techo, si el ave de la selva ha de plegar las alas en su nido, ¡guárdame mi tesoro, hogar querido, guárdame mi tesoro hasta que vuelva!“

Manuel Acuña

Manuel Acuña fue un poeta mexicano nacido el 27 de agosto de 1849 en Saltillo Coahuila. Murió el 6 de diciembre de 1873. Fue un poeta que se desarrolló en el estilizado ambiente romántico del intelectualismo mexicano de la época.
Como estudiante universitario abordó varias ramas de la ciencia, como filosofía y matemáticas, además de varios idiomas, como el francés y el latín. Comenzó la carrera de medicina, aunque su muerte a los 24 años le impidió completar sus estudios.
Durante sus años escolares conoció a Manuel M. Flores, Miguel León Portilla, Vicente Morales y Juan de Dios Peza. Con este último mantuvo un fuerte vínculo amistoso, motivo por el cual Peza fue uno de los oradores principales el día del sepelio de Acuña.

Su carrera literaria aunqe breve, fue fructífera. Comenzó en 1868, con una elegía a la muerte de Eduardo Alzúa (amigo suyo). Ese mismo año, al lado de un grupo de intelectuales, funda la Sociedad Literaria Netzahualcoyotl, que le sirvió para dar sus primeros pasos como poeta. Varios de sus trabajos de esta época se encuentran en el suplemento del periódico "La Iberia". Es ya una leyenda que su enamoramiento de Rosario de la Peña fue la presumible causa de su infortunado suicidio, mediante envenenamiento con cianuro el 6 de diciembre de 1873. Para otros, Rosario fue solamente una razón adicional a sus problemas de pobreza extrema. Acerca de Rosario de la Peña se sabe que también fue pretendida por José Martí y Manuel M. Flores. Dos de sus poemas más célebres son "Ante un Cadáver" y "Nocturno a Rosario" su trabajo más representativo. El hidrocálido Jesús F. Contreras realizó una escultura a Manuel Acuña, la cual fue expuesta en el pabellón Mexicano de la Exposición Universal de París en el año de 1900, junto con su obra Malgre-Tout, por las cuales mereció la banda de la Legión de Honor. La obra de mármol de Carrara se encuentra en la plaza Acuña de Saltillo. Sus restos fueron trasladados a Saltillo en 1917 y yacen en la Rotonda de los Coahuilenses Ilustres del Panteón de Santiago de su ciudad natal.

Al enterarse del fallecimiento de Manuel Acuña,
José Martí escribió en el periódico “El Federalista” lo siguiente:

“¡Lo hubiera querido tanto, si hubiese él vivido! Yo le habría explicado la diferencia que hay entre las miserias imbéciles, y las tristezas grandiosas; entre el desafío y el acobardamiento; entre la energía celeste, y la decrepitud juvenil. Alzar la frente es mucho más hermoso que abatirse, y tenderse en tierra por sus golpes. Nadie tiene el derecho de morir mientras que para erguir la vida que le dieron, le quede un pensamiento, un espanto, una esperanza, una gota de sangre, un nervio en pie. Para pedestal, no para sepulcro, se hizo la tierra, puesto que está tendida a nuestras plantas.
Yo habría acompañado al gran y sombrío Acuña, en las noches de mayo, cuando hace aroma y aire tibio en las avenidas de la hermosísima Alameda. De vuelta de largos paseos, tal vez de vuelta del apacible barrio de San Cosme, habríamos visto juntos cómo es por la noche más extenso el cielo, más fácil la generosidad, más olvidable la amargura, menos traidor el hombre, más viva el alma amante, más dulce y llevadera la pobreza.
Y era un gran poeta aquel Manuel Acuña. El no tenía la disposición estratégica de Olmedo, la entonación pindárica de Matta, la corrección trabajosa de Bello, el arte griego de Téophile Gautier y de Baudelaire; pero en su alma era especial en los conceptos; se henchían a medida que crecían; comenzaba siempre en las alturas.
Hoy lamento su muerte, no escribo su vida; hoy leo su "Nocturno a Rosario", página última de su existencia verdadera, y lloro sobre él, y no leo nada. Se rompió aquella alma cuando estalló en aquel quejido de dolor. El estaba enfermo de dos tristes cosas, de pensamiento y de vida.

Era un temperamento ambicioso e inactivo, deseador y perezoso, grande y débil. El era pulcro, y murió porque le faltaron pulcritudes de espíritu y de cuerpo. Tal vez esto también mató a Manuel Acuña; ¡estaba descontento de su obra y despechado contra sí! No conoció la vida plácida, el amor sereno, la mujer pura, la atmósfera exquisita. Disgustado de cuanto veía, no vio que se podían tender las miradas más allá. Y aseado y tranquilo, acallando con calma aparente su resolución solemne y criminal, olvidó, en un día como éste, que una cobardía no es un derecho, que la impaciencia debe ser activa, que el trabajo debe ser laborioso, que la constancia y la energía son leyes de la aspiración, y que grande para desear, grande para expresar deseos, atrevido en sus incorrecciones, extraño y original hasta en sus perezas, murió de ellas en día aciago, haciéndose forzada sepultura; equivocando la vía de muerte, porque por la tierra no se va al cielo, y abriendo una tumba augusta, a cuya losa fría envía un beso mi afligido amor fraternal.
José Martí
México, a 6 de Dic. de 1873
El Federalista”

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