BAGDAD.- A las nueve de la mañana del 28 de septiembre, Haeder Farhan y sus hombres se disfrazaron de obreros. Se colocaron identificaciones falsas, se alisaron los monos y subieron a los camiones cedidos por el Gobierno iraquí para encaminarse al conflictivo barrio de Yarmuk, al sur de Bagdad y a kilómetro y medio de la 'Zona Verde'.
Los 50 hombres que formaban el convoy no iban solos: el II Regimiento del Ejército iraquí les escoltaba y la fuerza aérea les cubría desde el cielo. Porque la misión de Farhan, director del Centro Nacional de Manuscritos iraquí, y sus empleados, no era precisamente poner ladrillos: los 50 hombres se disponían a salvar los 48.000 legajos históricos, algunos de mil años de antigüedad, escondidos por el anterior régimen en un búnquer del barrio de Yarmuk que ahora se disputaban las milicias.
Farhan había tramado el plan en abril, pero sólo recibió la autorización del primer ministro para rescatar los documentos cinco meses después. Cuando accedió al cargo, en diciembre de 2006, se encontró con la sorpresa de que los fondos de su institución simplemente no estaban en su sitio. "Me dijeron que, por seguridad, habían sido depositados en refugio antiaéreo por órdenes de Sadam y que no volvieron a por ellos porque los habrían saqueado. Lo cierto es que nadie se molestó en recuperarlos", explica en su despacho del Centro situado en la céntrica calle Haifa, durante años un bastión suní.
Farhan empezó a viajar en secreto hasta Yarmuk para examinar con sus propios ojos el tesoro del que se sentía responsable, tratados sobre 32 temas diferentes –ciencias, historia, literatura, química- depositados en 420 cajas de hierro. "Estaban mal guardados, sin ordenar y eran susceptibles de ser robados, así que desde que fui nombrado director estudié cómo rescatarlos".
Pero no era fácil sacar tal cargamento de allí. El barrio, antes de clase alta con un 70% de población suní y un 30% chií, estaba en manos de las milicias suníes y vivía tiempos oscuros. Los combates con las fuerzas de Seguridad, de mayoría chií y muchas adeptas al clérigo Múqtada al Sadr, eran atroces. Finalmente los suníes –algunos aliados con Al Qaeda- se impusieron: el 90% de los chiíes fueron obligados a marcharse. Los legajos quedaron atrapados por la guerra.
"La zona era un refugio de terroristas, temíamos que atacasen el búnquer y perdiésemos esa parte del patrimonio cultural iraquí", continúa Farhan. El director promovió un comité interministerial auspiciado por el primer ministro iraquí para lanzar una operación de rescate, la misma que se celebró aquel tibio viernes de Ramadán con 500 soldados custodiando la carretera por la que transitaban los camiones y los helicópteros sobrevolando el trayecto.
"Los considerábamos unos valientes, pero no creíamos que volviesen con vida", reconoce desde el Ministerio de Cultura Abdo Husein, director del Departamento de Arqueología. "Pensé que iba a morir. Muchos oficiales pensaban que mi idea era suicida y nos daron por muertos. Y creo que estaba preparado para morir allí", rememora Farhan. Los soldados cerraron por completo los accesos a Yarmuk, y algunos de ellos tomaron posiciones junto al edificio que esconde el búnquer. "Tardamos seis horas en sacar todas las cajas. Era un trabajo especialmente duro porque estábamos en Ramadán, y no podíamos comer ni beber para reponer fuerzas". En un momento dado, se produjeron disparos. "Era lo que más temíamos, un ataque de francotiradores. Afortunadamente, sólo duró segundos". Suficiente para hacerles trabajar más deprisa.
Siete horas después, los falsos obreros con su valiosa mercancía abandonaban Yarmuk. "Cuando llegamos al nuevo emplazamiento donde reposan los legajos el muecín anunció desde la mezquita la ruptura del ayuno. Estábamos agotados, sin fuerzas para descargar. Decidí que había que dormir allí mismo, para evitar un robo que anulase todos nuestros esfuerzos. Llamé a la oficina del primer ministro para que nos enviase protección y nos hicieron llegar una fuerza que se quedó con nosotros hasta que colocamos en su sitio la última caja".
El trabajo terminó el día 29, tras cuatro horas de trabajos. Ahora, el Centro Nacional de Manuscritos organiza un comité de expertos que se encargue de restaurar, archivar y fotografiar estos pedazos de la Historia iraquí, el más antiguo de ellos el Diccionario de los países de Al Hamawi al Baghdadi. Por el momento la nueva localización es secreta, hasta que la seguridad se normalice.
"Tenemos la esperanza de poder exponerlos algún día en la nueva sede del Centro. El patrimonio cultural forma parte de la identidad nacional de los iraquíes, de ahí mi insistencia en rescatarlos", se vanagloria Farhan. Por el momento, el pequeño edificio de la calle Haifa donde se aloja la institución, fuertemente custodiada por hombres armados, ha expuesto en su entrada una pequeña muestra: bellas muestras de caligrafía arabesca, algunas incompletas, de considerable antigüedad. Pero los escasos visitantes no adivinan la aventura que se esconde detrás: el rescate de un legado histórico que fue durante cuatro años rehén de la invasión y la guerra sectaria.
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