abril 27, 2008

El cuadro de Goya




Fusilamientos de Príncipe Pío.
Actualizado domingo 27/04/2008 17:42
JUAN CARLOS DE LA CAL (CRÓNICA)
Observa la silueta gris que aparece en el cuadro. No es la figura más conocida del cuadro de Goya pero sí la única identificada. La tonsura de su cabeza y el hábito que lleva indican su condición de sacerdote. Se trata de Francisco Gallego Dávila, presbítero y sacristán del Real Convento de la Encarnación de Madrid. Uno de los 43 hombres -insurgentes madrileños, como les llamarían hoy- fusilados en la madrugada del tres de mayo de 1808 en la montaña madrileña del Príncipe Pío.
Algunas de las historias de los arcabuceados -este sería el término correcto- aquella noche, son singulares. Empezando por la del propio presbítero, que "después de batirse valerosamente en las inmediaciones del Palacio Real fue hecho prisionero con las armas en la mano". Al contrario que el resto de las víctimas -que fueron elegidas por sus verdugos en un sorteo entre todos los cautivos-, a Francisco Gallego, le seleccionó el propio Murat, cuñado de Napoleón y responsable de las tropas francesas, tras inspeccionar personalmente los calabozos por ir trabuco en mano, matando por las calles de Madrid. "Quién a hierro mata, a hierro debe morir...", cuentan las crónicas que le dijo el militar para justificar su decisión.
Los albañiles
Las nuevas identificaciones han rescatado también del olvido, la historia de los albañiles que trabajaban en la restauración de la iglesia de Santiago y que se enfrentaron como una milicia organizada a los soldados franceses. Tres de ellos -José Reyes Magro, Antonio Méndez Villamil y Manuel Rubio- acaban de ser añadidos a la lista de ejecutados con sus compañeros de obra: Antonio Zambrano, Domingo Méndez, el carpintero Fernando Madrid y José Amador. Los obreros fueron capturados a pie de andamio, desde el que bombardeaban al enemigo -un batallón de soldados polacos al servicio de los franceses que entró en el templo- con ladrillos, piedras y cascotes. Dos de ellos murieron en ese escenario mientras que el resto fue fusilado esa misma noche en la montaña de Príncipe Pío.
Los de Hacienda
"Los soldados no se andaban con chiquitas. Hay casos de comunidades enteras de vecinos pasadas a cuchillo porque les arrojaron piedras desde las ventanas y no consiguieron localizar al culpable. La represión fue fortísima", recuerda José Luis Sampedro, presidente de la Sociedad Filantrópica que custodia el cementerio.
Además de los tres obreros, entre los nuevos identificados destacan: Anselmo Ramírez de Arellano -empleado del Resguardo de la Real Hacienda, natural de Daimiel y con su mujer embarazada de su tercer hijo- compañero de trabajo de otros dos ajusticiados ese día: Juan Antonio Serapio y Antonio Martínez-; el dependiente de Rentas Reales Juan Antonio Martínez del Alamo y un tal Gabriel López. Aunque el levantamiento fue eminentemente popular -la mayoría de los oficiales del ejército, nobles y ricos se quedaron al margen-, hubo casos de comerciantes que juntaron a sus empleados para resistir a los invasores. Como el dueño de una botillería en la Carrera de San Jerónimo, José Rodríguez o Julián Tejedor de la Torre, 41 años, platero con tienda abierta en la calle Atocha, o el guarnicionero Lorenzo Domínguez -también identificado ahora- con comercio en la Plazuela de Matute, que se echaron a la calle armados de sus pistolas a pelear en la explanada frente al Palacio Real.
Fueron capturados en la Plaza Mayor y conducidos al paredón del cuadro de Goya. En la lista de víctimas, datada en 1816, se añade la siguiente escena: "Yendo preso Tejedor, encontró en la calle de los Milaneses a un compañero de profesión y, conociéndole, cruzó las manos y elevó los ojos al cielo en ademán de humilde resignación".
El platero
Julián, el platero, dejó tres hijos menores que se quedaron huérfanos cuando su madre murió también al poco tiempo "a impulsos del sentimiento", como figura en el registro. De pena. Los pequeños fueron repartidos entre los familiares que cursaron las comentadas reclamaciones al Ayuntamiento. Otro comerciante fusilado fue José Lonet y Riesco, dueño de una tienda de mercería en la plaza de Santo Domingo, recién licenciado del ejército y padre de un niño de ocho años. En un escrito de reclamación, un vecino aseguró que Lonet fue detenido "porque los franceses le cogieron con unas balas que encontró en la calle de la Inquisición".
"Su caso podría ser el de tantos otros paisanos detenidos y ejecutados sin pruebas ni juicio sólo porque pasaban por ahí en un momento poco oportuno", asegura Sampedro. Esa pudo ser la situación del palafrenero del infante Don Carlos, identificado también recientemente, Juan Antonio Alises, natural de Villarrubia del Guadiana, que, según su viuda, fue cogido por una patrulla francesa en la calle de Los Reyes "sólo por llevar un sable en la mano". Dejó una hija de cinco años.
El jubilado
Otro de los últimos identificados, oficial jubilado de embajadas, Miguel Gómez Morales, estaba en la Puerta del Sol cuando estalló el tumulto. Movido por la curiosidad se acercó con un amigo a la Plazuela de Palacio donde se combatía duramente. Capturado, cuando le llevaban en una cuerda de presos, al pasar por la puerta de las Caballerizas Reales, vio a uno de sus ayudantes y le pidió que buscase a alguien que intercediese por él. No pudo salvarle del pelotón.
El militar
Sólo hubo un militar ajusticiado en Príncipe Pío: Manuel García, soldado del regimiento de Infantería del Estado, destinado a la defensa del Parque de Artillería de Monteleón, donde le cogieron los galos. Probablemente, fue designado a dedo para encarar el fusilamiento. El único caudillo popular reconocido entre las 43 víctimas es el arriero leonés Rafael Canedo, capturado en la Puerta del Sol tras unas duras refriegas. Los invasores le acusaron de dar muerte a golpe de navaja a varios mamelucos -tropa egipcia mercenaria, cuyos alfanjes sembraron el terror entre los madrileños- por lo que se entiende que fue de los primeros en morir.
El superviviente
Sin embargo, una de las historias más sorprendentes de aquella noche es la de Juan Suárez, el único superviviente de los fusilamientos. Su relato, guardado en el Archivo de la Villa, es el único testimonio que existe sobre lo que pasó. Al comenzar los tumultos, dejó en su casa a su mujer, sus tres hijos y a su madre sexagenaria y se fue a pelear al Parque de Artillería de Monteleón. Allí, la guardia polaca le hizo prisionero y acabó en la montaña de Príncipe Pío. "Ya de rodillas para recibir las descargas", cuenta él mismo, "pude desasirme de mis ligaduras y tenderme en el suelo, echándome a rodar por una hondonada. Cuando me levanté, magullado, disparáronme algunos tiros, y aún trataron de perseguirme, cortándome la retirada; pero yo, más ágil, les gané la tapia que salté, yendo a refugiarme a la iglesia de San Antonio de la Florida".
Los de Palacio
Su declaración fue clave para identificar a Francisco Bermúdez y López de Labiano, ayuda de Cámara de Palacio y hermano del "organista de campanillas" del Monasterio de El Escorial. Era segoviano. Apenas comenzó el tumulto en la Plaza de Palacio, cogió una carabina y salió de su casa. Fue herido en una pierna y su rostro quemado por la pólvora. "Le prendieron por ir todavía armado de su carabina...".
El de más edad
Antonio Mazías de Gamazo, 66 años, del pueblo leonés de Pedrosa del Rey, hoy bajo las aguas del pantano de Riaño. El más joven, Manuel Antolín Ferrer, 21 años, jardinero del real sitio de La Florida. El resto de los identificados son: el mozo de tabaco Domingo Braña; el maestro cerrajero Bernardo Morales; el escribano real Francisco Sánchez Navarro; el cantero de 30 años Martín de Ruicabado, y el maestro de coches Francisco Escobar y Molina.
"Va a ser casi imposible identificar a los restantes porque en los archivos se confunden los lugares de enterramiento de muchos de los fusilados esa noche en Madrid. Y es una pena porque no hay nada peor que pasar a la Historia como un soldado desconocido", asegura Luis Miguel Aparisi, historiador que acaba de publicar un libro, -El cementerio de la Florida, editado por el Instituto de Estudios Madrileños-, donde se recoge por primera vez los perfiles de todos los masacrados. Durante seis meses, Aparisi, miembro de la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos -encargada del camposanto donde están enterrados los fusilados-, revisó 8,000 folios del Archivo de la Villa, para determinar nuevas identificaciones. "Repasé las reclamaciones de sus familiares al Ayuntamiento, donde solicitaban pensiones para sí -cuatro reales diarios de por vida para las viudas-, medallas para sus difuntos y trabajo para sus hijos. Estuvieron 80 años de papeleos. Después se olvidaron para siempre", recuerda Aparisi. Nadie ha podido encontrar a ningún descendiente de estos ajusticiados. El tiempo protegió con el anonimato sus linajes, ahora rescatados para el bicentenario. Y si apareciera alguno sería apenas para gritar: "¡Nunca más!".

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