Salvando a dos personas
BARCELONA.- Si usted es de los que lamentan que los periódicos sólo cuenten desgracias, lea la siguiente historia. Todo comenzó una noche de 2003 con las ondas radiofónicas como escenario y terminará el próximo miércoles en el Hospital Clinic de Barcelona, donde se marcará un hito en la historia de la solidaridad en España. Por primera vez, se llevará a cabo un trasplante de riñón en el que el donante es una persona viva, sin ningún vínculo familiar con el receptor y que, en el momento de ofrecerle su órgano, ni siquiera le conocía.
Juan Pedro Baños nació hace 44 años al borde de la muerte por una estenosis de píloro, una grave enfermedad que en dos años derivó en una insuficiencia renal crónica. Cuando cumplió 19 años sus riñones ya no daban abasto con su cuerpo y tuvo que convivir un lustro con uno artificial, hasta que su madre le pudo donar uno de sus órganos. Hace seis años, ese legado materno dejó de funcionar y quedó condenado a un tratamiento de diálisis de cuatro horas en días alternos.
El 3 de junio de 2003, Juan Pedro se encontraba en Madrid con su amigo Diego Fajardo, un compañero que llevaba 23 años en tratamiento de diálisis a la espera de un riñón compatible con su cuerpo. Tenían billete para volver a Murcia en un Talgo que llegaba por la noche, pero a última hora decidieron cambiar la reserva para estar antes en casa. El billete que desecharon les hubiera puesto a bordo del tren que aquel día sufrió el accidente en la estación de Chinchilla (Albacete) en el que murieron 19 personas.
A la mañana siguiente, Juan Pedro se enteró del accidente y llamó a su amigo para compartir la alegría por haberse salvado. Nunca pudo hablar con él, porque esa misma noche Diego había fallecido a causa de su enfermedad. Juan Pedro se quedó destrozado y varios días después llamó por teléfono a La Gramola, un programa de la radio regional de Murcia, para contar la historia, en la que destacó la batalla por sobrevivir que durante tanto tiempo había compartido con su amigo a la espera de un trasplante compatible. Gregoria Ruiz se encontraba escuchando ese programa y un impulso le llegó del corazón: "¿Y si uno de mis riñones le valiese a él?".
Juan Pedro Baños nació hace 44 años al borde de la muerte por una estenosis de píloro, una grave enfermedad que en dos años derivó en una insuficiencia renal crónica. Cuando cumplió 19 años sus riñones ya no daban abasto con su cuerpo y tuvo que convivir un lustro con uno artificial, hasta que su madre le pudo donar uno de sus órganos. Hace seis años, ese legado materno dejó de funcionar y quedó condenado a un tratamiento de diálisis de cuatro horas en días alternos.
El 3 de junio de 2003, Juan Pedro se encontraba en Madrid con su amigo Diego Fajardo, un compañero que llevaba 23 años en tratamiento de diálisis a la espera de un riñón compatible con su cuerpo. Tenían billete para volver a Murcia en un Talgo que llegaba por la noche, pero a última hora decidieron cambiar la reserva para estar antes en casa. El billete que desecharon les hubiera puesto a bordo del tren que aquel día sufrió el accidente en la estación de Chinchilla (Albacete) en el que murieron 19 personas.
A la mañana siguiente, Juan Pedro se enteró del accidente y llamó a su amigo para compartir la alegría por haberse salvado. Nunca pudo hablar con él, porque esa misma noche Diego había fallecido a causa de su enfermedad. Juan Pedro se quedó destrozado y varios días después llamó por teléfono a La Gramola, un programa de la radio regional de Murcia, para contar la historia, en la que destacó la batalla por sobrevivir que durante tanto tiempo había compartido con su amigo a la espera de un trasplante compatible. Gregoria Ruiz se encontraba escuchando ese programa y un impulso le llegó del corazón: "¿Y si uno de mis riñones le valiese a él?".
Lejos de quedar en un pensamiento fugaz, la decisión de Gregoria se reafirmó y se convirtió en un empeño decidido. Ella misma pudo hacer el ofrecimiento, aprovechando una de las comidas que el locutor de La Gramola, Jesús Sancho, organizaba entre los oyentes de su programa. A Juan Pedro le costó un tiempo superar la incredulidad y se resistía a alimentar una esperanza que le parecía imposible.
Para que un trasplante sea viable es necesario una compatibilidad que, incluso en los casos de consanguinidad, a menudo, no se da. El caso de Gregoria y Juan Pedro es muy especial también en este aspecto. "Los médicos se extrañaron de que hubiera casi más compatibilidad entre nosotros que entre dos hermanos", explica ella con orgullo.
Hasta llegar al momento actual, la donante y el receptor han tenido que pasar multitud de pruebas médicas -"algunas muy duras", según explica Gregoria-, hasta que el equipo de cirujanos que va a realizar la operación ha estado completamente seguro de que la intervención puede realizarse con éxito.
Controles previos
La legislación española permite las donaciones entre personas vivas, pero establece unos controles muy estrictos para evitar que se produzcan casos fraudulentos de extorsión o compra de órganos. En primer lugar, tanto el donante como el receptor deben pasar una evaluación psicológica y psiquiátrica. A continuación, el comité de ética del hospital donde se va a realizar la intervención estudia el caso detalladamente y emite su valoración. Finalmente, los trámites terminan ante un juez que certifica la legalidad de la donación.
Hoy, Juan Pedro es una persona henchida de entusiasmo. Durante una hora de conversación con EL MUNDO en un hotel de Barcelona, cuatro días antes de que se realice la intervención quirúrgica, es difícil encontrar una frase suya en la que no aparezca alguna de las palabras "esperanza", "ilusión" o "alegría". El "regalo" que le va hacer Gregoria le va a cambiar la vida. Pero, por la manera en la que cuenta su historia, su felicidad nace más de la admiración que siente por ella y su generosidad que de la perspectiva de mejorar su salud, algo que, después de mucho tiempo, tiene a su alcance. Su mayor preocupación de cara a la operación es que le pueda pasar algo a ella.
También se muestra encantada Gregoria, quien, a sus 60 años, no puede evitar ruborizarse ante los elogios de Juan Pedro, a los que reacciona con una risa nerviosa. Está segura del paso que va a dar, afirma que no ha sentido dudas en ningún momento y explica con orgullo que su marido y sus cuatro hijos, de entre 29 y 32 años, le han apoyado totalmente. Según cuenta, el deseo que mueve su gesto es que Juan Pedro "vea la vida de otro color". Y eso ya lo ha conseguido.
«Me ha regalado esperanza y, pase lo que pase, eso ya lo he disfrutado en mi corazón», afirma Juan Pedro. Su esposa, Trini, tampoco oculta su felicidad: "Tenemos un ángel aquí en la Tierra", dice de Gregoria.
La nube de ilusión en la que están instaladas las dos familias desde que se conocieron sólo la han emborronado las sospechas que han suscitado y las críticas a las que han tenido que hacer frente. Quien más dolido se ha sentido es Juan Francisco González, el marido de Gregoria, que ha decidido escribir un libro para que no quede ninguna duda sobre el gesto de su mujer y, al mismo tiempo despertar la conciencia de la donación en otras personas. Se titulará 'Dar amor en vida' y saldrá publicado dentro de un mes. Por su parte, Juan Pedro lo tiene claro: "En cuanto se conoce a Gregoria se quitan todas las dudas sobre su generosidad".
Gregoria y Juan Pedro quieren que su historia se conozca y atienden a EL MUNDO con agrado porque confían en la "fuerza de los medios de comunicación para hacer florecer los sentimientos de la gente", sobre todo después de que sus vidas se hayan cruzado gracias a la radio. "Hay muchas personas buenas y generosas que, conociendo este caso, puede que se animen a emularlo", afirma Juan Pedro, quien hace un llamamiento, sobre todo a los familiares y amigos de las personas que están a la espera de un trasplante, para que se decidan a donar en vida.
Los casos en los que es posible hacer una donación en vida son los de riñón (con uno sano se puede vivir) e hígado (para cuyo trasplante sólo se necesita un trozo). Según los datos oficiales de la Organización Nacional de Trasplantes, el año pasado se realizó en España un total de 2.211 trasplantes renales y 1.112 hepáticos, de los cuales 137 fueron de un donante vivo en el primer grupo, y de 25, en el segundo.
Cuando la donación proviene de un donante fallecido, el procedimiento es anónimo y el órgano se asigna por lista de espera, según la compatibilidad con el receptor. Por ello, Juan Pedro explica que si alguien dona en vida "está salvando a dos personas": a la que le entrega el órgano y a la que ocupa su puesto en la lista de espera, que tendrá más cerca el acceso a una oportunidad.
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