El rechazo a los sabores amargos responde a mecanismos biológicos
Sin embargo, el sentido del gusto evoluciona con la edad
Sin embargo, el sentido del gusto evoluciona con la edad
Actualizado sábado 30/08/2008 12:43 CRISTINA G. LUCIO MADRID.-
Ante un plato con acelgas, alcachofas o pepino muchos niños exclaman un sonoro 'no me gusta' y ponen una expresiva cara de asco. La misma mueca aparece al tomar determinados jarabes; sin embargo, el gesto cambia si lo que tienen entre manos es un dulce o una golosina.
La clave de unas preferencias tan marcadas, está en la biología, según explica Julie Menella, una investigadora estadounidense, que ha llevado a cabo un trabajo sobre los mecanismos que influyen en el sentido del gusto. Sus resultados acaban de presentarse en el Congreso de la Asociación Química Americana.
Menella señala que es el instinto de supervivencia el que va marcando el camino. "Lo dulce produce placer porque, en realidad, lo estamos asociando con una disponibilidad rápida de calorías, las que proceden de los carbohidratos", explica. Sin embargo, rechazamos también de forma innata lo amargo, sabor que precisamente tienen muchos productos venenosos. "Tenemos 27 receptores para los sabores amargos, mientras que sólo tres para los dulces. En la prehistoria, esto nos ayudaba a evitar tomar alimentos tóxicos", indica Menella.
Pese a esta 'programación' natural, esta investigadora remarca que, con los años, los gustos van cambiando, debido a la influencia del aprendizaje y la cultura. "Durante la niñez comenzamos a formar asociaciones con la comida y con las medicinas, aprendemos qué sabores son apropiados", comenta.
El gusto se aprende
Según esta experta, es posible lograr que los niños aprendan a que la verdura también puede ser una comida rica. "Hay varias estrategias, como, por ejemplo, ofrecerles piezas variadas en un contexto positivo y no forzarles a que coman algo que no quieren", señala.
La cosa cambia cuando se trata de medicinas. Los niños pequeños no pueden tomar cápsulas o comprimidos, por lo que los tratamientos infantiles orales suelen suministrarse en forma líquida.
Muchas sustancias farmacéuticas tienen un sabor amargo y es muy difícil esconderlo tras otros aromas, por lo que los bebés suelen rechazarlas e incluso vomitarlas. "Dependiendo de la enfermedad, perder una dosis de medicamento, puede ser perjudicial para el niño, o incluso poner en peligro su vida", comenta esta experta, que busca mecanismos para mejorar el sabor de determinados tratamientos como asunto fundamental.
"Un mejor conocimiento del mundo sensorial del niño debe ser una prioridad, para la salud pública", dice Menella, quién seguirá investigando al respecto.
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